Ella era una visión de la belleza, cada uno de sus movimientos una danza elegante.
Su largo y suelto cabello caía por su espalda como una cascada de seda brillante, su tono castaño captaba la luz y lanzaba chispas de iridiscencia al aire.
Sus ojos, como profundos estanques de zafiro, brillaban con un fuego interior que podía encender mil sueños. Sus labios, del color de las cerezas maduras, siempre estaban curvados en una sonrisa cautivadora que podía derretir el corazón más frío.